LEY DE VIDA

SIN APENAS DARNOS CUENTA

vamos el destino nos va arrebatando

cosas importantes

de la vida. Amigos

que desaparecen, de un día

para otro y, de repente,

nos sentimos huérfanos

de su cariño.

Nos sentimos culpables

por desconocer que estaban

enfermos o, simplemente,

que estaban pendientes

de coger su último tren.

Tal vez, quisieron despedirse

y no se atrevieron a decirnos

que nos querían ver.

Necesitaban saber de nosotros,

volver a compartir viejas emociones,

viendo, con lágrimas en los ojos,

las amarillentas fotografías

de otros tiempos.

No quisieron molestar

y hacernos participes

de sus presentimientos.

Para qué amargarnos con sus penas,

era absurdo, según ellos,

mirarnos a los ojos

y esforzase por disimular unas ganas

de vivir que ya no existían.

Forzar sonrisas que se diluyeran

en unos labios resecos

que, apenas, podrían articular palabras.

Era mejor perderse en el silencio gris

de la callada tarde

y dejarles, en su alma,

la mejor de sus sonrisas.

Al cabo del tiempo comprenderemos

que su repentina partida

será el inicio de una senda nueva,

           desconocida,

                            luminosa.

Al final de la que estarán ellos,

esperándonos, como siempre,

con los brazos abiertos.