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lunes, 29 de noviembre de 2010

Paisajes humanos (I)

Esta sociedad en que nos ha tocado vivir tiene un ritmo, en muchas ocasiones, frenético, atosigante. Por las calles se cruzan, a diario, miles de personas que no se conocen, que no se ven, individuos de distintas culturas, extraños entre extraños. No hay amigos ni vecinos, no hay tiempo para eso, las prisas les empuja al abismo, los crueles relojes nos vigila desde la atalaya de la incomprensión. Esa soledad puede llevar al ser humado por caminos difusos en donde logran encontrar el cariño soñado, aunque sus palabras se pierdan en el viento.

PASE POR SU LADO.

Creí que se dirigía
a mí.

Le miré
con cierto recelo,
no era un borracho
ni un vulgar vagabundo
cualquiera,
iba aseado,
un perfecto caballero.

No paraba de hablar
dirigiéndose al rumor silencioso
y cálido de un árbol.

Sus manos flotaban
en el aire,
dibujaban enormes
aspavientos de soledad.

No podía dejar de mirarle,
su mirada era dulce,
pero perdida
en un silencio amargo.

Me fui alejando,
él continuaba con su efusiva
conversación.
Su compañero comenzaba
a soportar el calor
intenso del mediodía,
tal vez,
entre sus verde ramas,
ocultaba el alma risueña
de su amigo.


24 de junio de 1.997

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Momento

Estoy sentado frente al ordenador, frente a la blancura dolorosa de una página vacía, ausente, pérdida entre sombras extrañas de un pasado lejano, de otra época donde todo era muy diferente, en la que la inocencia imponía sin pretenderlo sus limpios criterios, las palabras jugaban alocadamente y se lanzaban a la aventura del último poema.

Miro fijamente la pantalla nítida sin comprender el sentido de muchas cosas, me pierdo en los enrevesados significados de incógnitas pendientes de resolución pero no puedo distinguir las luces de su soledad. ¿Qué sentido tiene luchar por nada?, ¿qué recompensa me aguarda? No sé, tengo miedo. Quiero gritar, manejar a mi antojo la volubilidad de las palabras, beberme todo el néctar mágico de sus horizontes. Necesito abandonarme y seguir los preceptos de sus mandamientos tan exigentes. Parece una ardua tarea, cuando consigo atrapar una idea, las palabras me escupen todo su odio y los versos se lanzan al abismo de la desesperación.

No tengo ningún amor, ahí radica la mayoría de mis males, las sombras desconocidas de un ayer lejano me arrancaron todas las respuestas. Ellas conocen perfectamente todos mis deseos y tienen una absurda envidia. Son egoístas y no permiten que siga mi camino y alcance la dicha de mis ilusiones. Quisiera destruirlas para siempre y empezar a escribir el poema definitivo, pero me echan en cara reproches amargos, que no sé a qué vienen y me hacen sentirme culpables de muchas cosas. No logro recomponer el cristal misterioso del atardecer y en la pantalla tan sólo logro reconocer viejos fantasmas que se multiplican fugazmente.

Están ahí, impidiendo que las palabras, mis tristes palabras, surquen los misteriosos y prometedores caminos donde el poema, por fin, se haga realidad.


24 de noviembre 2010