LA SINFONÍA DE LA VIDA

arranca con entusiasmo

su largo y, muchas veces,

tortuoso camino

hacia lo desconocido.

En ocasiones, el ritmo

agotador, te empuja

por una senda frenética

que pretende alcanzar

objetivos prohibidos.

Los timbales anuncian,

con brío, ilusiones luminosas

que despiertan a los versos

que, poco a poco,

sueñan con el nuevo día.

Los dulces violines van acariciando,

con dulzura, las emociones

de cada tempo de la existencia.

La nerviosa percusión agita,

sin cesar, los susurros

semidormidos. Hay que gritar

y seguir la radiante estela

que cruza el firmamento.

Las notas cotidianas

van dibujando, sobre la partitura

amarillenta, imágenes

difusas, nostalgias

Inesperadas que impiden avanzar

con la firmeza de antaño.

La senda se vuelve lenta,

confusa entre los resplandores

de unos espejos rotos.

Las imágenes se deforman

en cada recodo traicionero,

y las hojas secas

no dejan avanzar a los pasos

cansados.

Los rencores del destino

les impide avanzar.

Son incapaces de luchar

contra las incertidumbres

de un destino, cada vez,

más ingrato.

Los timbales van enmudeciendo y,

de pronto, surge un tempo

inquietante donde las horas

avanzan con lentitud.

Un arpa dibuja versos azules

sobre la claridad extraña

del nuevo día.

Un piano inunda de una nostalgia

extraña los amados paisajes.

Las violas, con sus notas tristes,

dibujan el adagio de la vida.