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jueves, 3 de marzo de 2011

La palabra es de todos

Los seres humanos tenemos un medio ideal para comunicarnos y exponer nuestras ideas, la palabra. Muchas veces, esta cualidad que nos diferencia de los animales, no sabemos muy bien cómo emplearla, desconocemos su verdadero alcance y somos incapaces de utilizarla con corrección y esmero.

En los distintos debates televisivos se puede apreciar ese mal uso que, con frecuencia, se hace de la palabra. Me refiero a los debates o tertulias políticas donde los tertuliamos son reconocidos periodistas, jueces, intelectuales, en definitiva, maestros y mago de la palabra. En semejantes foros de donde se esperan escuchar intervenciones luminosas, reflexiones sagaces, argumentos claros y concisos, suele faltar el ingrediente ideal para que el acto no caiga en la mediocridad, la educación y el respeto. Muchas veces estas dos cualidades básicas en la convivencia humana brilla por su ausencia y el acto se convierte en un vulgar circo de fariseos borrachos por el néctar de unos intereses ingratos.

Siempre sobresale el listo de turno, aquel que se cree superior a los demás, aquel cree conocer la verdad, se cree depositario de todas las informaciones y los datos para solucionar cualquier conflicto planteado, lo que le da derecho para imponer su criterio sobre el de los demás, y así actúa olvidando lo qué es un debate, su esencia y, sobre todo, qué es la educación, el respeto que debe tener a los demás tertulianos y a la audiencia. Está bien que expongan sus criterios y sus argumentos, es su deber, para esos le paga, la gente quiere conocer sus posturas, sus sabias valoraciones sobre los lemas planteados; mas se les olvida una cosa fundamental, la opinión de los demás también cuenta, y mucho. Su palabra tiene la misma importancia que la suya y el público también quiere conocerla, debe hacerlo, valorarla adecuadamente, compararla con las de los demás tertulianos para poder, de este modo, sacar sus conclusiones y, en caso que sea menester, obrar en conciencia.

Pero no, en la mayoría de los debates, esta condición no se cumple y este listillo que no respeta la opinión de los demás, pronto empieza a montar su numerito, cuando se plantean puntos de vista en van en contra de su parecer, su única preocupación es impedir que aquellas intervenciones contrarias a su credo se expongan en su totalidad, su buen talante le ordena interrumpir continuamente las intervenciones de los tertulianos que no siguen su pensamientos político. Esto, evidentemente, provoca el enfado de los demás que, molestos no poder expresarse, tratan que su colega respete su turno de palabra, que les permita exponer sus argumentos. Entonces, se produce lo más gracioso del caso, el listillo de turno, que no pongo en duda su valía intelectual, pero su conducta hacia los demás le descalifica, se siente ofendido, se queja alegando furiosamente que no puede hablar. Insólito. No puede hablar cuando es él quien no permite hacerlo a los demás,

Y llegado a este punto es cuando surgen las descalificaciones, los calificativos preferidos en este país en el terreno político, ‘’rojo’’ o ‘’facha’’, las dos posturas que hay, parece ser que no existen más, y eso lleva emparejado el soniquete machacón de ‘’tú más’’ o ‘’vosotros más’’. Entonces el debate roza los derroteros de aquellos otros ‘’debates’’ o ‘’tertulias’’ de la prensa amarilla que no merecen ningún comentario, donde abundan los ‘’listillos compulsivos’’ y pedantes, que ejercen de periodistas cuando no lo son y al tratar de desempeñar unos papeles demasiados grandes para ellos pues caen en el ridículo más evidente. Ahí es cuando se tiene que imponer la implacable personalidad de un moderador que vaya marcando los tiempos de cada cual, proponga los temas y, sobre todo, recuerde a estos listillos, magos de las palabras vacías que quieren vendernos una realidad deformada por sus propios intereses, que hay que seguir unas reglas de juego, iguales para todos. Estos listillos son unos hipócritas que mienten como bellacos y lo saben pero han de decir ciertas arengas por las que han recibido sus cuarenta monedas que han de amortizar a toda costa, y para ello tienen que impedir que los oponentes expongan sus puntos de vistas, interrumpiéndoles constantemente e, incluso, llegan al insulto. Y el moderador tiene que impedir ese infame comportamiento y recordarle lo qué es un debate. Debe actuar enérgicamente y cortar de raíz semejantes brotes de soberbia y altanería e, incluso, han de tener el coraje necesario para invitar a estos listillos de pacotilla a que abandonen el debate si no saben comportarse como personas normales.


3 de marzo de 2011

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