Escritores en Red

Asociación Prometeo

Red Social Netwriters

martes, 23 de noviembre de 2021

CAOS DE EMOCIONES

   Tras una larga y complicada operación caí en un abismo de imágenes y sensaciones caóticas. Me perseguían, no tenía escapatoria. Era consciente que me habían operado, que todo había salido bien o. al menos, eso me habían dicho.

   Me hallaba en el coche, sólo, esperando al doctor, estaba nervioso, quería volver a casa, hacer mis cosas, asomarme a mis redes sociales y escribir algo. Qué hacia allí, en aquel patio desierto? Dónde habían ido mis familiares? Les llamé insistentemente. No acudían. El doctor me tenía que dar su consentimiento para volver, al día siguiente, y realizar una prueba que no pude superar. No logré levantar una bolita dentro de un cilindro, mis pulmones estaban débiles, exhaustos, una pequeña infección, los había puesto en peligro, tal vez, tendrían que ser sustituidos por un aparato de respiración artificial. Por qué no bajaba el doctor? También le aguarda su familia para merendar, sus hijos o sus nietos corrían por allí. Donde estaban mi madre y mis hermanos? No paraba de llamarles, mis lágrimas empezaron a brotar desesperadas. Allí estaba el bedel que me ayudaba a levantarme y acostarme cada día. No me quitaba ojo., la expresión de su rostro no me gustaba. Los niños no paraban de corretear. Sobre una mesa había varios platos y, en el centro, una sabrosa tortilla de patata.

   .- Mama! Chiqui! Miguel! No acudían, me habían abandonado.

   De repente, me vi en mi cama, conectado a varios aparatos con pantallas luminosas que reflejaban mis constantes vitales. Todo era oscuridad y silencio. Enfrente, podía ver una calle. De un portal, iluminado, empezaron a salir tres personas que se quedaban a cierta distancia de mi cama y comenzaban a gesticular. Estarían ensayando una obra de teatro, de vez en cuando, subían hacia donde yo me encontraba para buscar algún material. La mujer más joven, de rasgos asiáticos, me regañaba enérgicamente y me ponía la mascarilla que, enseguida, volvía a desaparecer de mi rostro demacrado.

   Una y otra vez me encontraba rodando por los suelos entre bultos extraños, deformes, de gran tamaño, cojines irregulares. Quería levantarme, no podía. Era imposible por más esfuerzos que hiciera. Ella estaba conmigo dándome ánimo. No se apartaba de mi cama, sus manos apretaban las mías y sus palabras calmaban la incertidumbre de mi alma. Era la paz, el sosiego entre semejante torbellino de emociones caóticas.

   Ella, mi amor eterno, se acurrucaba en mi cuerpo dolorido y procuraba que mis ilusiones, a punto de desfallecer, se levantasen, de nuevo, y lucharán, quedaba mucho por hacer. Mis palabras, enloquecidas, vagaban por aquella Sala de Reanimación dibujando versos absurdos, borrachos de emociones desconocidas, sensaciones traviesas que perdían su pudor descontrolado y se ahorcaban con los cables de me ataban a aquellas máquinas que no paraban de mostrarme escenas de mi vida.

   Por momento, aquellos bultos que me rodaban aumentaban, apenas me quedaban fuerzas para levantarme y salir huyendo de aquel lugar. Jugaban conmigo, me empujaban a un abismo desconocido. Sin embargo, ella permanecía a mi lado, impidiendo que cayera.

   De pronto, todo se iluminó. Me encontraba en la planta séptima del Hospital de La Princesa, en una inmensa sala, rodeado de muchos enfermos que, como yo, trataban de recuperarse.

   Tenía mucho frío, ella se había ido. Empecé a llorar amargamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario