UNA TARDE VULGAR,
como todas las tardes
de mi vida,
algo brillaba en el suelo
y mis pasos,
de improviso,
se detuvieron.
Hacía frío.
Mucho frío.
La soledad,
mi fiel compañera,
me empujaba
con dulzura
a nuestro hogar.
Aquel extraño resplandor
intensamente brillaba
cada vez más.
Me agache,
sentí un dolor agudo
que recorrió todo mi cuerpo.
Llegué al abismo
y contemplé, con horror,
que se trataba de un vulgar
espejo de mi vida
en el que se veía nevar
intensamente.
Desde entonces,
tengo frío en el alma.
lunes, 18 de abril de 2011
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